Reseña de El vuelo de Martín

‘Sol como luz, para las cosas importantes de la vida’ (del prólogo, Isabel Revilla del Río)

‘…Quién quiere siempre encuentra un trocín de hierba donde poner al verde, a secar, la ropa amarillenta para que el sol se coma las manchas del tiempo.’

No veo mejor forma de describir esta obra que parafraseando a Isabel Revilla dle Río, autora del bellísima y embriagador prólogo de El vuelo de Martín.

La literatura de Sol Gómez Arteaga es reconfortante como el olor a café recién hecho por la mañana, acogedora como el abrazo de una abuela, amable como un atardecer de verano.

Su prosa discurre como el sonido de un río a través de una amarga y a la vez dulce nostalgia. Como esa Cicatriz lisa y suave que nos recuerda una herida pasada.

El vuelo de Martín es un recorrido vital y esperanzador por nuestras vidas, a través de la de Martí. Porque todos tenemos escollos que salvar, todos tenemos cosas que dejar atrás y sueños por los que luchar.

Escrito en formato crónica como si de un diario se tratase, a través de pequeños relatos encadenados que van narrando cronológicamente la vida de Martín, con tanta cotidianidad como cariño.

Jalonada de pasajes entrañables y humildes, amargos y nostálgicos. Siempre con el equipaje de la migración a cuestas pero con el horizonte de la amistad y la esperanza como bandera.

El vuelo de Martín está narrado en primera persona por el protagonista principal, un chaval preadolescente que nos relata su llegada a Madrid (escapando de la Argentina del corralito en el año 1991) junto con su madre para iniciar una nueva vida.

En ese camino pedregoso que emprende percibimos cómo la autora nos muestra un viaje de aprendizaje y maduración a golpe de vida. Y es que no elegimos dónde ni cuando nacemos, pero sí los motivos por los que cambiamos de rumbo.

La emigración, el apego a la figura materna, la sexualidad, la fraternidad o las drogas son temas que se entrelazan a poco a poco alrededor unos personajes que conforman la vida y obra de Martín.

La novela está, además, convenientemente ilustrada por Carla Lozano Martínez, y cuyas escenas aportan visión y frondosidad a la historia.

Lo mejor: El cariño que desprende la historia y la prosa.

Lo peor: La ocasional falta de intensidad narrativa.