Reseña de Tiempo de silencio de Luis Martín Santos

El protagonista de la novela es Pedro, un joven médico investigador en el Madrid de finales de la década de los 40. La paupérrima situación económica y social impide el avance de las investigaciones sobre el cáncer que realiza con una cepa de ratones. Estos ratones habían sido traídos desde Estados Unidos y no se había podido mantener un ritmo de reproducción superior al de su muerte. Su ayudante en el laboratorio, Amador, había regalado meses antes algunos ejemplares a un pariente suyo, el Muecas. Este ha logrado criar estos ratones en su chabola con ayuda de sus hijas. Pedro y Amador acuden a esa chabola para comprar algunos de esos ratones y poder continuar con las investigaciones.

Tiempo de mordaza

Si ahora me encuentro escribiendo estas líneas es gracias a la novela Tiempo de silencio. Una profesa de instituto nos inoculó su pasión por la literatura a través de esta obra que fue objeto de estudio en clase. El título de mi trabajo todavía lo recuerdo: Tiempo de mordaza.

Acostumbrado a leer novelas por obligación, prisioneras de las estructuras más clásicas y decimonónicas del realismo español, acercarme a Tiempo de silencio en la adolescencia supuso un vuelco en mi forma de entender el arte. La curiosidad me llevó a escribir mis primeros relatos y a formarse en mi cabeza la idea de una novela que llevaría a la realidad muchos años más tarde.

La historia, la anécdota de Tiempo de silencio, es sencilla. La investigación de Pedro en busca de una cura para el cáncer. Sus estudios lo llevan a los suburbios chabolistas de Madrid en los años cuarenta, a un conjunto de despropósitos que lo dejan reducido a un médico de provincias, alejado de las probetas y sin esa sensación vertiginosa de trabajar para algo muy importante.

Pedro, nuestro protagonista, es un antihéroe. Todo le sucede sin apenas intervenir en su propia vida. Los acontecimientos se desmoronan sobre su figura sepultándolo para siempre, y él, como si no fuera consigo. Eso no le exime de responsabilidad: no hacer o decidir nada también es una decisión en sí misma.

Deambula en un viaje hacia el vacío existencial, al igual que el Dedalus del Ulises de Joyce. Descubriendo las miserias de la humanidad en todas sus variantes: ambición, bajas pasiones, traición, celos, ira… Madrid queda tan bien retratado como el Dublín de Joyce. Realizando una crítica social que no pasó los rigores de la censura franquista hasta la publicación de una edición definitiva en los años ochenta.

Puedes leer todas las reseñas de novelas antiguas y clásicas en nuestra sección: Reseñas de clásicos de la literatura.

Si la trama resulta sencilla y desoladora. La originalidad la encontramos en su aspecto formal. Hasta ese momento no pensaba que la literatura pudiera innovar en el formato o el estilo, algo que para mi ignorancia quedaba relegado solo a otras artes como el cine o la pintura. Leer esta novela cambió mi percepción del arte y de la literatura en general, quede cautivado por la belleza y la genialidad del autor: como lector siempre aplaudo aquellas obras que aporten algo diferente y original.

La disección pormenorizada de la época, de Madrid —esa ciudad carente de Catedral— y de sus personajes, se realiza desde un estilo vanguardista y barroco, por aquello de un léxico recargado y complejo, así como por prevalecer siempre la forma sobre el fondo.

Los personajes se definen más que por sus acciones por sus pensamientos, a los que accedemos a través de varios monólogos interiores que recorren su alma, desmontando todos sus deseos, miedos o frustraciones. De hecho, el propio Martín Santos se reserva un lugar privilegiado para mostrar también sus ideas a través de digresiones en las que analiza la obra de otros autores, la festividad de los toros, el estado de la ciencia española en la época, la muerte…

Observamos diversas situaciones a través de diferentes perspectivas tamizadas por la visión subjetiva de cada personaje. El lector tendrá que rellenar huecos y quedarse con la versión que más le convenza. También deberá sortear las elipsis que minan el transcurrir normal de una historia socavada.

Un estilo tan complejo como preciosista, capaz de acertar con precisión en sus descripciones al tiempo que escapa de la guadaña de los censores, con miras demasiado estrechas como para acertar a entender algunas de las comparaciones y proclamas que subyacen una obra que emana genialidad en cada página.