Reseña de Veinticuatro horas en la vida de una mujer
Título: Veinticuatro horas en la vida de una mujer.
Autor: Stefan Zweig
Editorial: Acantilado
Páginas: 101
Año: 1929 (fecha de publicación) 2000 (año de la edición de Acantilado)
Género: Novela
Calificación:
Sobre el autor
Stefan Zweig (Viena, 1881 – Petrópolis, Brasil, 1942), era hijo de un poderoso industrial textil, se crio en una acomodada familia de origen judío y recibió una esmerada educación, doctorándose en Filosofía en 1904. Durante su juventud viajó por Europa trabajando de traductor y colaborando con distintas publicaciones. Durante estos años estaba convencido de la necesidad de algunas guerras, de la necesidad de orden y del aplacamiento de la anarquía reinante. Esta postura cambió de forma radical tras ocuparse de los archivos de guerra austríacos en la Primera Guerra Mundial. Desde entonces su postura pacifista y de unidad europea se traslada a sus ensayos y escritos. Conforme las fuerzas nazis se implantaban en Austria, emigró a Londres, comenzando un periplo migratorio que terminó con su llegada a Brasil. Fue un escritor enormemente popular, tanto en su faceta de ensayista y biógrafo, como en la de novelista. Su capacidad narrativa, la pericia y la delicadeza en la descripción de los sentimientos junto con la elegancia de su estilo, lo convierten en un narrador fascinante que es capaz de seducirnos desde las primeras páginas. Cuerdas de plata, Carta de una desconocida, Momentos estelares de la Humanidad, El mundo de ayer, y Novela del ajedrez son algunas de las innumerables obras de este autor vienés.
Sinopsis
«—¿Usted no encuentra, pues, odioso, despreciable, que una mujer abandone a su marido y a sus hijas para seguir a un hombre cualquiera, del que nada sabe, ni siquiera si es digno de su amor? ¿Puede usted realmente excusar una conducta tan atolondrada y liviana en una mujer que, además, no es ya una jovencita y que siquiera por amor a sus hijas hubiese debido preocuparse de su propia dignidad?».
Mi opinión
Hace algún tiempo, leí de este prolífico autor, Carta de una desconocida y quedé maravillada con la historia y con la forma de narrar de Stefan Zweig. Sin embargo, no hice por leer nada más de él, siempre hay lecturas pendientes y novedades que reclaman atención. Hasta que una mañana, navegando por los estantes de la biblioteca municipal me encontré con el rinconcito dedicado al autor austríaco. Admitiré que cuando vi este diminuto libro entre ellas, lo así por su tamaño. Ando un tanto hastiada de mamotretos literarios, son demasiado incómodos de sostener en la comodidad del lecho nocturno y, últimamente, no logro mantener la atención si la historia se expande en cientos de páginas. Así que, sí, estas cien páginas me parecían perfectas. El título, por aludir a la brevedad de la que me declaro fan estos días también me conquistó, tan solo veinticuatro horas de vida de una mujer dan para mucho… Y recordé esa carta que había leído tiempo atrás, y supe que habría mucho más de lo que parecía entre las páginas de esta historia. Y se vino conmigo a casa.
Leer a Zweig es aprender disfrutando de su manera de contar las cosas. La capacidad para retratar la psicología de los personajes es fascinante, sobre todo porque apenas necesita unas líneas para lograrlo. A través de la marcha de una mujer, dejando atrás a su marido e hijas en pos de un hombre del que apenas sabe nada, en la pensión en la que se encuentran nuestros protagonistas, se desata una vehemente, y casi violenta, discusión del asunto. Sobre todo, cuando alguien es capaz de intentar justificar algo así, no podemos olvidar que la novela data de principios del siglo veinte, donde la moral y las apariencias jugaban fuerte en la vida cotidiana. Y es entonces cuando aparece Mistress C. para narrarnos lo que ocurrió en un día de su vida tiempo atrás.
«Solo la primera palabra es difícil. […]De momento, quizá no acierte a explicarse que yo le cuente a usted, un extraño, todas esas cosas; puede usted creer a esta mujer de avanzada edad cuando afirma que no hay cosa más insoportable que pasar toda una vida obsesionada por un solo día de su existencia»
Así comienza el relato de esas veinticuatro horas que rezaba el título. Y con solo ese párrafo ya podemos pensar en multitud de aspectos que todos conocemos: la facilidad de confesarte con alguien que no conoces, pues el sentimiento de sentirte juzgado se difumina en ese desconocimiento liberador; la culpa por algo que llevamos escondido muy dentro de nosotros y que nos persigue por muchos años que puedan haber pasado y que, solo al contarlo podemos aligerar ese peso de nuestros hombros; la forma en la que eso que escondemos, nos ha ido modelando en lo que somos; la dificultad de dar voz a lo que hemos callado porque hacerlo muestra quien somos realmente y, no siempre es sencillo admitir que no somos lo que mostramos a los demás.
Zweig relata con maestría todos los claroscuros de las decisiones que tomamos desde la parte más visceral de nosotros mismos, sus consecuencias, con las que deberemos aprender a vivir. Nuestros motivos, tan loables incluso para cualquiera que quiera mirar, se transforman en algo más. Cabe la posibilidad de que, lo que pretendemos, no es lo que logramos, ni nuestras buenas acciones son aceptadas, porque la oscuridad de otro ser humano no siempre se deja llenar de luz, y no hay más opción que asimilar que todo lo que destruimos no sirvió para nada. O a lo mejor sí, solo nosotros lo sabemos. No obstante, también nos muestra la sensación de libertad que nos invade cuando lo hacemos, cuando nos dejamos llevar por ese tirón imposible de contener. A pesar de todo. A pesar de todos.
«Ante aquel sorprendente espectáculo me pareció que, como un manto negro y pesado, se desprendía de mi cuerpo toda la angustia, todo el temor…, y dejé de sentirme avergonzada: experimenté una sensación casi de júbilo»
En la novela, la moral es casi una protagonista más. Esa moral tan dominante en aquella época, tan falsa la mayoría de las veces, y que, todavía hoy, nos viste de jueces ante los actos de los demás. Y no me refiero a grandes actos claramente reprobables, sino a pequeños momentos o situaciones cotidianas que nos creemos capaces de condenar sin saber qué haríamos nosotros de vernos enfrentados a ello. Y es que cuando las cosas se ven desde fuera es muy sencillo opinar, tal y como ocurre en la mesa de esa pensión de esta novela, sin embargo, ¿y si no todo fuera tan sencillo? ¿y si fueras tú a quién el destino pone en un brete?
Me encantan las historias que nos muestran al ser humano tal cuál es, con dilemas morales y situaciones que son reconocibles por cada uno de nosotros. Me gustan las historias que te plantean debates, si no con otro lector, al menos contigo mismo, historias complejas que se disfrazan de sencillez para atraparnos desde el principio, como ocurre con esta pequeña novela. Tengo que devolver al autor austríaco a su estante en la biblioteca, pero volveré, lo tengo claro.
Termino citando una frase de la canción «Libres» de Vanesa Martin, porque si al dejarnos llevar por la libertad somos más nosotros que nunca ¿levantamos las alas?
«Salir ilesos de esta tentación que hoy nos rescató, por probar un segundo tus labios, puedo ser el riesgo sin razón».