Víctor Mirete
In memoriam
AUTOR:
Víctor Mirete
FECHA
29 noviembre 2019
CONTACTO
EXPLORADOR TRANSFER 32.
Llevo tantos días como estrellas hay en el firmamento naufragando a la deriva por el espacio exterior inexplorado, cruzando una y otra vez un horizonte sin fin. Debo tener cincuenta y ocho o sesenta años terrestres. A juzgar por mi aspecto, parezco más joven, una paradoja que me hace ver el tiempo de otra forma. Es curioso lo resistente que es el cuerpo humano, curioso lo débil y a la vez fuerte que es nuestro organismo. Un minúsculo virus podría llegar a matarnos sin piedad, y a la vez podríamos soportar condiciones altamente agresivas. Esa paradoja me ha acompañado día a día en este viaje sin rumbo ni dirección, sin fecha de regreso ni tampoco esperanzas.
No recuerdo apenas nada, ni por qué estoy aquí, ni qué he dejado atrás, ni a quién, ni si escapé, si huí, si me echaron. Solo recuerdo esta nave, este oscuro envoltorio que me rodea. Gracias al generador de oxígeno y al sistema de fabricación de alimentos podría vivir eternamente aquí, si quisiera.
Me he preguntado cientos, millones de veces qué haría si encontrase a otro como yo, si me cruzase con alguna otra alma a la deriva. Espero que eso no suceda nunca, ya no estoy preparada para ser dos.
Aviso codificado… Conectar alarma sónica.
Una extraña alarma me despertó demasiado pronto. No temprano, puesto que no hay amanecer ni anochecer aquí dentro, allá afuera; pero apenas llevaba una hora de sueño cuando el estridente sonido que provenía de la cabina de despresurización entró en mis oídos sin permiso.
Revisé el display del antebrazo de mi traje, pero no había datos relacionados con esa inesperada alerta. Los dispositivos lumínicos no se habían activado en ninguna sala, ni tampoco las defensas en los paneles de control estructural.
Los sensores del traje detectaron cierto nerviosismo en mis constantes y administraron de inmediato una pequeña dosis de Biotemate, un medicamento estabilizador que se inyectaba en mi piel a través de micro alfileres alojados en una pequeña cápsula dentro del equipo protector del uniforme. Todavía no me había acostumbrado a la sacudida eléctrica que provocaban las inyecciones.
Arqueé mi cuerpo y me mantuve encogida hasta que los efectos iniciales cesaron. Activé la máscara transparente de la cabeza y me dirigí hacia la sala de despresurización modular. Atravesé levitando en ingravidez tres salas, cuatro pasillos y casi cincuenta metros de estación espacial hasta llegar allí, con el cada vez más intenso azote de la alarma retumbando en mis oídos. Parecía como si la nave se estuviese destruyendo desde su corazón, como si le estuviese dando un infarto a ese montón de chatarra sin detectar sintomatología alguna que la previniese. Reduje la velocidad de mi vuelo a dos metros de la puerta. El panel de apertura estaba en verde. Todo correcto. Pero algo me decía que abrir esa puerta iba a hacer rotar 180 grados mi azarosa e insípida vida a bordo del Transfer 32.
Inserté el código de cuatro dígitos en el mando de acceso y accioné la palanca de apertura. La puerta emitió un sonido de despresurización e inmediatamente el acople se despegó de su perímetro de agarre, deslizándose la compuerta lentamente hasta abrir por completo. Lo primero que vi al asomarme al interior de la cabina fue un inmenso destello azul y blanco rebotando en los cristales, desde los paneles solares exteriores. Me coloqué la mano en la frente a modo de visera y parpadeé varias veces, tratando de recuperar el enfoque de mi visión entre tanta luz.
En cuanto pude fijar la vista, accedí a la cabina, me senté en el asiento de pilotaje y mi traje se sincronizó con los paneles de control. SIREI 2K, el ordenador central de abordo entró en modo automático asistido. Las pantallas comenzaron a escupir datos, señales y códigos. En el display principal apareció una numeración específica. Reconocí ese número, me resultó familiar, pero no supe descifrarlo hasta que a mi derecha, acercándose en el horizonte, divisé una inmensa esfera azul y blanca. Nos estábamos orientando hacia ella, e iniciando el procedimiento de amerizaje asistido. No pude desconectar aún el control automático. En ese mismo instante, mi traje configuró su nivel diez de seguridad.
Respiré profundo, cerré los ojos y al volver a abrirlos lo supe. Estaba a punto de llegar al destino para el que había sido elegido. Fue entonces cuando mi memoria se reactivó, cuando todo empezó a aparecer en mi mente de una forma clara y vívida.
La Tierra.
Había llegado a nuestro planeta. En un año incierto, en un universo incierto. Miré su esplendor con asombro y tristeza, con una extraña nostalgia a la que no podía administrarle recuerdos. No recordaba haberlo visto tan hermoso jamás. Un único pensamiento apareció en mi interior, sin respuesta precisa, sin intención oportuna, antes de tomar posesión de los mandos de control: «la esperanzadora soledad del olvido fue el único vehículo para sobrevivir en una misión sin esperanzas, en un viaje sin retorno».
La voz de SIREI 2K se dirigió a mí, más fría que nunca, como si hubiese estado guardando ese mensaje para otra persona:
‘Capitana Lia Heung, acaba de llegar al planeta tierra, sistema solar de la Vía Láctea recogida en nuestra estructura de coordenadas. Es usted la enviada número quince del proyecto IN MEMORIAM con el objetivo de iniciar el proceso embrionario de reconstrucción de la especie en este universo paralelo. Es usted la primera habitante humana que ha llegado a este nuevo Planeta Tierra. Iniciando el proceso de acercamiento a la atmósfera terrestre’.
Miré el panel de coordenadas y leí mi futuro en él, el futuro de la próxima humanidad:
Universo paralelo 15.2.64. Edad indeterminada. 0 seres humanos en la superficie terrestre. Niveles de oxígeno habitables óptimos.