Adaptación cinematográfica de la novela ‘El niño que domó el viento’.
El libro.
Título original: El niño que domó el viento
Autor: William Kamkwamba y Bryan Mealer
Año: 2018
Editorial: ediciones B
Género: drama
Calificación:
Sinopsis.
2001, Malawi.
Cuando una terrible sequía asoló la pequeña aldea donde vivía William Kamkwamba, su familia perdió todas las cosechas y se quedó sin nada que comer y nada que vender. William comenzó entonces a investigar en los libros de ciencia que había en la biblioteca en busca de una solución, y de este modo encontró la idea que cambiaría la vida de su familia para siempre: construiría un molino de viento.
Fabricado a partir de materiales reciclados, metal y fragmentos de bicicletas, el molino de William trajo la electricidad a su casa y ayudó a su familia a obtener el agua que necesitaba para sus cultivos. Así, el empeño y la ilusión del pequeño Willy cambió el destino de su familia y del país entero.
Crítica de la película.
Estamos ante un relato costumbrista de lucha, sacrificio, fe, entereza y honor dentro de un mundo donde el único materialismo es sobrevivir día a día contra viento y marea.
África, Malawi y el 2001 son el punto de partida de esta inspiradora novela y película.
Cuando ves o lees este tipo de historias, sin querer despierta en ti una sensación primigenia que modifica tus patrones, al menos durante unas horas. Con suerte el resto de los días de tu vida, porque trata con sinceridad y respeto lo que cuenta y cómo lo cuenta, y consigue que se adentre en los rincones menos inexplorados de nuestra personalidad y reflexiones. Se ajusta a una realidad sin esconder, endulzar o comercializar de forma innecesaria lo que cuenta. Pero es también ese tipo de historias que apelan a la leyenda, a los milagros y a las luces que se abren paso con pasión y voluntad entre tanta sombra.
Y es que la historia nace como un drama territorial y social, para convertirse en un conflicto familiar. África, en casi toda su extensión es por tradición un continente conflictivo política y económicamente.
Casi todo es de unos pocos y la mayoría tienen muy poco. Ese es el continuo drama africano, pero consiguen armar su felicidad y su paz amando lo que tienen al alcance de sus manos.
En ‘El niño que domó el viento‘ se da voz e imagen a una de esas pequeñas realidades del continente africano, pero sin dejar de lado la cotidianidad de sus gentes, de sus tradiciones y de sus modos de vida.
A lo largo del metraje comprendemos que todas las su tramas son sólo pequeñas ramas que dan frondosidad a un tronco que sin duda es ese niño que pone su madurez al servicio de su imaginación, o viceversa. El mundo es de los que sueñan, de los que persisten, de los que contemplan callados su meta esperando el momento exacto de ir hacia ella, sin frenar en obstáculos, sin ceder e
n ilusión; porque cuando lo pierdes todo, lo único que te queda es empezar a ganar.
Y de repente alguien cree en ti, y con el tiempo todos lo hacen.
Chiwetel Ejiofor ha querido iniciar su trayectoria como director con un filme que apela al triunfo desde el esfuerzo; una historia que hermana la ciencia y la naturaleza, demostrando que no existen los límites, ni siquiera en esos rincones del mundo en donde todo es limitado.
Y lo ha hecho a través de un rodaje convencional, sin florituras, que tan sólo necesita los exteriores oportunos para colorear y dar abrigo a una escena bella y adusta a la vez. La fotografía, mayoritariamente de encuadre centrado, es tan sencilla como efectista, y se ilumina por si sola en un entorno pintado de amarillos, naranjas y negros. La cámara combina con armonía los planos abiertos y cerrados, los primeros planos y los generales, las miradas y las metáforas, tal cual te lo podías imaginar al leer la novela biográfica que la precede.
Porque esta historia novelada no es ficción, es un hecho real, y está escrita por el propio protagonista, William Kamkwamba. De su narración emana ciencia y fe, pero además nos habla de que la mayor parte del tiempo que estamos vivos acarreamos sufrimiento, pero pese a ello todo es posible.
Y ahora, el cine le da imagen y sonido de nuevo, y lo cuenta a través de unos personajes vorazmente reales, de los que nacen diálogos cargados de fuerza y de verdad como este:
‘¿Crees que dejaría que te murieras de hambre? El día que me corte un brazo para alimentarte, ese día entenderás que eres mi hija’.
Esta vez, el cine y Netflix han tratado con respeto al hecho real, a la novela y al espectador.
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