Hombres maltratados

Susana Cañil

Hombres maltratados

No sabe si han sido quince años o dieciocho los que han pasado juntos. Aunque hubieran sido cinco. ¡Qué más da! Hace tiempo que perdió la cuenta, aunque hoy, a él, le fatigan como cien. Hasta ahora, no había reparado en ello. Solo hasta que tuvo el arrojo y el motivo, potente motivo, para poner fin a esa absurda historia que se había zampado media vida. La suya.

Cien. Y en cada uno de ellos cien toneladas de inapetencia, de infecundidad y de sinsabores. Cien toneladas de reproches y censuras. De sentirse un liliputiense cuando era un gigante. De muchas humillaciones en privado y algunas en público. De escuchar muchos “cállate” o  “no sabes de lo que hablas”.  De miradas que no necesitaban ser arropadas con palabras, porque en sí mismas, eran balas exterminadoras directas al corazón. De falta de comunicación y silencios atronadores. De confundir prudencia con miedo y amistad con amor.

Ella preñó su vida de incomodidad y descontento. De horas desiertas y jornadas eternas. Le confinó en una cueva, lóbrega y húmeda, sin camino de retorno y sin llave de repuesto. No solo le privó de luz, sino que poco a poco, consiguió asfixiar la que él poseía en su interior. Liquidó sus ilusiones y le vistió con el uniforme color ceniciento de la invisibilidad. En su armario, vacío, ya no colgaban perchas con ilusiones, empeños ni voluntades. Ya tan solo era un androide cuyo único rastro de pasión palpable se lo proporcionaba su profesión. ¡Bendita profesión! Al menos le ataba a la vida con un hilo de angosta esperanza.

A sus más de cincuenta, él no sabía nada del amor. Del de verdad, claro. Del que te atropella y te arrasa invadiendo tu torrente sanguíneo. Del que llega sin pedir permiso por triplicado y se abre paso a codazos. Del que tumbó sus muros defensivos a golpe de caricias y certidumbres.  Pero todo cambió aquel día de noviembre en el que cruzó su mirada con aquella mujer. Entonces ese adventicio equilibrio que gobernaba  su vida, ese statu quo que reinaba en  su hogar, se quebró peligrosamente, inclinando la balanza un poquito. Solo un poco al principio, pero lo suficiente para volver a poner en marcha la maquinaria de su cerebro y el pulso de su corazón. El hombre que un día fue, había resucitado y no había vuelta atrás.

Y ella, la de verdad, la que le amaba, la que se había enamorado locamente de él, con cariño y paciencia entraba cada día en su caverna y le sacaba de paseo. Un día le enseñaba la luz del sol, otro a caminar sin miedo entre la gente, otro a disfrutar de una charla sin más. Tantos pequeños detalles que él ni sabía que existían, porque jamás habían estado presentes en su tóxica relación.

Han pasado quince meses y él no es ni la sombra de lo fue al lado de aquella bruja con aspiraciones de mujer. Resplandece por todos los poros de su piel. Ha cambiado su forma de vestir y hasta de reír. Y ha vuelto a estudiar.  Ahora enciende la chimenea de su casa, esa que jamás fue utilizada, y pone velas de colores y olores atrayentes, viste su baño de malva, escribe canciones para ella y  hace el amor con su chica en  sitios insospechados. Y disfruta como un quinceañero lamiendo un helado por la calle y luciendo camisas rosas y pajaritas de Zara.

Ya nunca volverá a ser el mismo, porque ella le ha enseñado a vivir sin respiración artificial. A quererse y valorarse. A comprender que las mujeres baratas salen muy caras. A entender el inmenso valor de vivir solo antes que hacerlo con una enferma mental que anule tu identidad y te convierta en un zombi o peor aún, en una réplica de ella misma.  Ahora podría arrojarse al precipicio sin miedo, porque sabe que ella estará abajo en forma de malla redentora. Ya ha aprendido la lección: sabe que no todas las mujeres son iguales ni merecen el mismo trato.

Hoy se ha mirado al espejo y un rostro familiar le ha saludado a través de él. Ha tardado unos minutos en reaccionar, pero al fin se ha dado cuenta.

¡Cuánto me he echado de menos!

Por fortuna, esta es una historia con final feliz. Otras no lo son. Muchos son los hombres que por cobardía o vergüenza, por temor a no volver a ver  a sus  hijos, por falta de apoyo familiar o escasez de recursos económicos no son capaces de enfrentarse a este tipo de mujeres amargadas, manipuladoras  e inseguras que terminan carcomiendo la voluntad más férrea que pueda tener un ser humano.

Hoy voy a romper una lanza a favor de todos esos hombres que están pasando por situaciones parecidas o peores y de los que no se habla.

A menudo estos hombres viven en un permanente infierno diario bajo el yugo de mujeres, si es que podemos llamarlas así, que sólo encuentran el placer en la tarea de socavar, dinamitar y demoler la autoestima de la persona con la que conviven, en algunos casos con consecuencias dramáticas.

Existe un infierno para todas esas mujeres. Se llama soledad y es el que merecen.

susana cañil

Comments (3)

  1. Maravilloso relato Susana, y tan real como la vida misma..Las cifras hablan por si solas: 48 mujeres asesinadas por sus parejas y 2.890 hombres suicidados en lo que va de año..Es para analizarlo.

  2. Esther

    Una historia real como muchas pero que apenas trasciende. Esta, al menos, tiene un final feliz. Espero que sirva de inspiración, de ánimo para todos aquellos que pasan por esta situación y sobre todo para creer, que hay esperanza y que todo puede cambiar a mejor.

Responder a Jose luis Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Contacta con nosotros

Si quieres solicitar información, enviar libros para ser reseñados
o concertar una entrevista contacta con nosotros