Entrevista a Javier Menéndez Flores

19 agosto, 2021 Jesús Boluda del Toro

Javier Menéndez Flores (Madrid, 1969) es autor de una quincena de libros. Ha publicado las novelas Los desolados, El adiós de los nuestros y, junto con el periodista Melchor Miralles, El hombre que no fui —basada en el crimen de los marqueses de Urquijo—, la cual fue finalista del Premio Rodolfo Walsh de la Semana Negra de Gijón 2018.

También ha firmado libros de entrevistas —Miénteme mientras me besas, Arte en vena—, un ensayo cinematográfico —Guapos de leyenda— y exitosas biografías de grandes figuras de la música española, entre las que cabe destacar la trilogía dedicada a Joaquín Sabina —Perdonen la tristeza, En carne viva y No amanece jamás— y el único volumen autorizado sobre el grupo Extremoduro, De profundis.

Periodista cultural de larga trayectoria, ha colaborado en diversos medios. Sus artículos y entrevistas han aparecido en cabeceras como Interviú, Rolling Stone y El Mundo.

Y, además, ha tenido el detalle de contestarnos a un puñado de preguntas con motivo de su nominación al premio Cartagena Negra por su última novela, Todos nosotros, publicada con Planeta en el 2020.

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Eres el biógrafo de Joaquín Sabina, Dani Martín, Miguel Bosé, Lolita y Extremoduro; has trabajado para revistas como Rolling Stone o Interviú, y además escribes novelas negras espectaculares. Yo, de mayor, no quiero ser como tú, quiero ser tú.

Muchísimas gracias, Jesús. La verdad es que con esa carta de presentación hasta a mí me están entrando ganas de ser Javier Menéndez Flores (risas). ¿Sabes? Me gusta pensar que detrás de todos esos libros y colaboraciones en prensa, de todo ese trabajo, sigue estando vivo el chaval que soñaba con ser escritor. Haberlo conseguido, es decir, haber logrado colaborar en distintas cabeceras de prestigio y publicar en editoriales de primera línea los libros que he escrito (los que quería escribir, ni más ni menos) es como vivir un sueño del que por nada del mundo quisiera despertar.

La profesión que he elegido puede llegar a ser muy ingrata, y quien se dedica a ello sabe bien de qué hablo, pero me sigue pareciendo la mejor que existe.

Todos nosotros utiliza el Madrid de finales de la Transición como parte importante de la historia. A ti aquella época te pilló muy joven, ¿la recuerdas o has tenido que documentarte?

En 1981, que es el año en el que se desarrolla la primera parte de Todos nosotros, yo tenía 12 añitos, por lo que el trabajo de documentación ha sido fundamental. Recordaba aquel año, el de la intentona golpista, con los ojos aún puros de un niño, del niño que fui, pero necesitaba observar esa época, ese Madrid salvaje y en vías de modernización, con los ojos de un hombre entero. El trabajo de documentación me llevó más de un año. De todos modos, te diré que fui bastante precoz y a partir del ecuador de los ochenta ya salía de noche por Madrid y conocí algunos locales legendarios que cito en la novela, como el Penta o La Vía Láctea (ambos siguen funcionando, por cierto), y he tenido por lo tanto el privilegio de respirar el aroma inigualable del Madrid ochentero.

¿Qué te llevó a contar una historia tan dura?

Hay historias que no tienes que salir a buscarlas, sino que son ellas las que te asaltan. El argumento de Todos nosotros fue cobrando forma en mi cabeza, y cuando me di cuenta de que ahí había una historia con potencial le eché el lazo para que no se desvaneciera. Porque una cosa es imaginar una historia y otra muy distinta darle forma y cerrarla. Te confieso que cuando terminé esa novela me dije: “Coño, ¿y esto lo he escrito yo?”. Aquel fue un momento de satisfacción pura, de felicidad. Y eso es, sin ninguna duda, lo mejor que le puede pasar a un escritor y, me imagino, a cualquiera que crea algo a partir de la nada, ya sea un folio o un lienzo en blanco o un trozo de arcilla.

Hay una clara alusión en tu novela a la violencia contra la mujer. ¿Crees que hemos evolucionado o involucionado en este aspecto?

Por fortuna, las cosas han cambiado muchísimo y para bien. La educación es y seguirá siendo crucial en ese sentido. No obstante, siempre habrá malnacidos para los que la mujer es el blanco perfecto. La mayoría de las mujeres, por una cuestión de mera fuerza física, están indefensas ante un hombre que tenga la firme voluntad de hacerles daño. Y aunque hoy día las mujeres sean más desconfiadas que hace 40 años y estén más informadas, y la policía esté mejor preparada que nunca, siempre habrá violadores, secuestradores y asesinos. El Mal nunca coge vacaciones, siempre está de guardia.

Por eso conviene evitar ciertos lugares y no fiarse incondicionalmente de una sonrisa perfecta, ya que puede encerrar el horror en estado puro.

Sin desvelar nada de la novela, ¿quién es Diego Álamo?

Diego Álamo es la luz en un mundo en el que las tinieblas tienen un enorme poder. Es un joven inspector de policía que ama su trabajo y al que le asignan un caso que marcará su vida profesional y personal, y las de quienes le rodean. Antes he dicho que el Mal nunca descansa, y es cierto, pero tampoco lo hacen quienes han venido al mundo para neutralizarlo. Y Diego Álamo, una suerte de héroe romántico aunque fieramente humano, es uno de esos elegidos.

Quien lea Todos nosotros verá que no era oro todo lo que relucía en los famosos años de la movida, ¿ha sido este uno de tus objetivos?

No me ha movido un ánimo desmitificador, pero los hechos son los hechos. En el Madrid de principios de los ochenta la gente se despendoló como respuesta lógica al fin de una dictadura de cuatro eternas décadas. Aquello fue como una hermosa primavera tras un larguísimo invierno, pero no todo era fiesta y diversión, en absoluto. Madrid, como toda gran ciudad, podía ser muy dura y peligrosa. Un territorio hostil con criminales sin escrúpulos y policías para los que el fin justificaba los medios. Por cierto, en Todos nosotros quise reflejar la lucha interna que existía en el seno policial en aquellos años, en los que los inspectores formados ya en democracia tenían que convivir con los provenientes del régimen anterior, cuya mentalidad y métodos de trabajo eran de todo menos democráticos.

En ese sentido, Todos nosotros es una novela de contrastes, en la que la guerra sin fin entre la luz y la oscuridad está continuamente presente.

¿Te consideras más biógrafo que novelista o viceversa?

Me considero escritor, en el sentido estricto del término. Un escritor que cultiva distintos géneros y que no cree que existan los subgéneros, sino escritores más o menos dotados, más o menos cuidadosos, más o menos esforzados, independientemente, ya digo, del género literario en el que se desenvuelvan. Dicho esto, mentiría si dijese que me siento igual de libre cuando escribo una biografía que cuando escribo una novela, puesto que cuando escribes novela eres un pájaro. Más allá del contexto social e histórico en el que transcurra la acción, la ficción es mucho más agradecida en ese sentido, porque casi todo tiene cabida y no tienes que medirte tanto. En cambio, en un libro de corte biográfico, aunque puedes emitir juicios subjetivos, te tienes que ceñir a una serie de hechos inamovibles que a la hora de escribir te constriñen inevitablemente.

Viendo tu trayectoria literaria y laboral se entiende que la música tiene un peso específico en tu vida. ¿Cómo influye la música en Todos nosotros?

La música también forma parte de la documentación de una novela, pues es el reflejo de una de las patas de la cultura en un momento histórico concreto, y en Todos nosotros tiene un gran peso, tanto en la primera parte como en la segunda. A través de diversos cantantes, músicos y estilos he elaborado un mapa sentimental de dos épocas muy distintas. En la primera parte de la novela, la que acontece en 1981, suenan cantantes melódicos, tonadilleras, grupos de rock extranjeros y bandas de pop españolas, porque el hilo musical de entonces era un cajón de sastre en el que todo tenía cabida. Y en la segunda parte, que transcurre en el 2002, la música electrónica es la protagonista, pues es la que sonaba en los afters, los cuales tienen un papel relevante en ese tramo de la novela.

Tienes muchos y muy diferentes “hijos” literarios. Me gustaría pedirte que te “mojes” y nos cuentes cuál es tu ojito derecho.

Sin ninguna duda, Todos nosotros. Creo que en esa novela he condensado todo lo que he ido aprendiendo en el tiempo que llevo publicando libros y dedicado al periodismo en prensa escrita.

Como diría el irresponsable de Cartagena Negra, don Paco Marín, ¿tienes alguna manía a la hora de escribir?

Quizá las tuve, pero se me han olvidado. Los años me han enseñado que lo único que hace falta para escribir es una mesa, una silla, un ordenador (o papel y bolígrafo) y una clara determinación de hacerlo. Coincido con Serrat en algo que me dijo una vez, que la musa te tiene que pillar trabajando. Y que si te pones a la tarea, tarde o temprano aparece.

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